Desde hace unos quince años, París respira un poco más tranquila. La capital, asfixiada durante mucho tiempo por el tráfico rodado y las emisiones industriales, ha iniciado una importante transformación en la calidad de su aire. Aunque aún queda mucho camino por recorrer para cumplir las estrictas recomendaciones de la OMS, los progresos realizados son testimonio de una clara voluntad de hacer de la ciudad un lugar más sano y habitable. ¿En qué situación se encuentra París?
La contaminación atmosférica en París disminuye desde hace 15 años
Un indicador clave de la calidad del aire es la presencia de dióxido de nitrógeno, un contaminante producido por los motores diésel, cuyas concentraciones han disminuido drásticamente. En 2019, 250.000 parisinos seguían viviendo en zonas donde se superaban los umbrales reglamentarios. En 2022, la cifra se había reducido a 10.000. Se trata de un avance significativo, aunque los niveles actuales todavía están muy lejos de cumplir los objetivos internacionales en materia de salud.
En cuanto a las partículas finas, ahora cumplen las normas europeas. Pero su presencia omnipresente sigue superando los umbrales recomendados por la OMS, lo que recuerda que este polvo invisible sigue pasando una elevada factura a la salud de las personas. Mientras algunos indicadores mejoran, otros se estancan o son motivo de preocupación. El ozono, por ejemplo, sigue siendo un quebradero de cabeza, exacerbado por el calentamiento global.
Para hacer frente a estos retos, París intensifica sus iniciativas: mayor vigilancia en torno a las escuelas y guarderías, despliegue de microsensores para afinar la cartografía de la contaminación, etc. Todas estas acciones forman parte de una ambición más amplia: hacer de París una ciudad respirable.